Me LLamo Elisabeth

Miércoles, Mayo 26, 2010

       Una niña de diez años, Elisabeth (Alba Gaiäa Kraghgede Bellugi) vive en una zona rural de Francia con sus padres y su hermana mayor. Los padres, Régis (Stéphane Freiss) y Mado (María de Medeiros), se introducen como una pareja singular, solitaria, alejada del contexto citadino y además, en el tenor de amistades o contactos laborales que trabajen cuerpo a cuerpo con los personajes. Agnés, (Lauriane Sire), encarna a una adolescente, apegada a su hermana, Elisabeth, pero que tiene consciente la distancia que existirá entre ellas, a partir del momento en que ella tenga que dejar la casa para continuar sus estudios superiores en la Ciudad, lo cual, está próximo a suceder.

       La película gira entorno a la locación, al contexto emocional y circunstancial que vive Elisabeth en un corto espacio de su tiempo. Posee una excelente dirección, la cual es llevada a cabo por Jean-Pierre Améris, y co-escrita con Guillaume Laurant, quien, a su vez ha sido director y actor. Es notable, también la fotografía en la cinta. Detalles minuciosos de los ambientes, acercamientos y colores, nos introducen en la campiña francesa y en un modo particular de vivir, en esas zonas rurales.

       La madre de Elisabeth, Mado, nos recuerda a la mujer citadina, que no pertenece a las zonas campestres, ni a la soledad de un tiempo comedido para citas y/o empresas. Constantemente va al pueblo, con el fin de pasar el día, hacer compras y realizar actividades que le den una valoración a su emocionalidad. Así, sin hacer enfásis en su juego divergente, nos la presentan, después, como la mujer insatisfecha, que busca un amor nuevo que le llene sus expectativas. De esta manera, un día, abandona el hogar, en un esfuerzo por emprender una vida con otro hombre, dejando a Elisabeth con el padre y el ama de llaves.

      Agnés, antes de presenciar la ida de su madre, le llega el tiempo de abandonar la casa. Sin embargo, ya para el momento en que ella cohabita con sus padres, Mado, pasaba muy poco tiempo con las chicas, pues casi siempre estaba en el Pueblo; así que el lazo entre ellas no es demasiado sostenible. La presencia de Agnés en la película, es sólo para reforzar un vinculo asocio-disociativo de Elisabeth, fluctuante, entre tantos otros de su marco referencial en ese espacio de tiempo.

      El padre, Régis, psiquiatra, es un personaje silente, amante de su trabajo, con una pasión subyacente, y una entrega, en donde pierde, muchas veces, los límites de la vida personal; y no porque los mezcle, como de hecho, no lo vemos explícito en la proyección. El personaje intenta creerse y hacernos creer que desconecta a su entorno de su vida profesional, haciendo de ésta, a su vez, la única aparente motivación y dirección de cada día. Sin embargo, debajo de ésta frazada, Régis no desenlaza efectivamente su vida profesional de la personal, pues observamos que asume la dirección de un hospital psiquiátrico que, prácticamente, colinda con su hogar. ¿Es esto una forma "segura" de mantener a su familia? ¿Es la lejanía con otros contextos lo que le otorga cierta seguridad al hombre-pisisquiatra- al mantenerse apartado y aislado del resto? ¿Es posible pensar que Régis, como profesional de la salud y hombre de hogar, esté adecuando las circunstancias para un ganar-ganar en su familia, cuando su personaje sólo tiene una comunicación familiar de mesa? Esto nos deja roles arquetípicos para desmenuzar.

       Rose (Yolanda Moreau), la ama de llaves, es una mujer peculiar, sorda, que debe mantener el orden en la casa y lidiar, principalmente, con las niñas, hasta la partida de Agnés, en cuyo caso, queda a cargo de Elisabeth. Luego, cuando Mado se va de casa, y la niña queda con su padre, el papel de Rose cobra una mayor importancia, pues ésta debe mantener un contacto más directo, y vigilante sobre la chica de 10 años, haciéndonos partícipes de una extraña relación, en donde la comunicación se basa en un monólogo sordo, emocional, cubierto con algunos abrazos y miradas de complicidad entre ambas, lidiando con las debilidades de la otra, haciéndose contadores de una cómplice compañía.

      Por otro lado, nos encontramos con el personaje de Yvon (Benjamin Ramon), -quien juega el papel co-protágonico más influyente en esa etapa de la vida de Elisabeth-, un chico de aproximadamente 20 años, el cual vive en el sanatorio que dirije su padre. Un día Yvon escapa y Elisabeth se encuentra con él, asustadizo, temeroso, tembloroso, a quien decide cuidar y cobijar, escondiéndolo en la casita de juegos o especie de trastero, que posee la vivienda principal, un tanto alejado de la misma, aunque puede verse desde la ventana de la habitación de Elisabeth, desde donde lo tendrá vigilado.

       Elisabeth ha ido perdiendo los vínculos; primero a su hermana, luego a su madre, también a un perro vagabundo que permanece en posesión de un campesino, -quien recoge estos animales abandonados para luego obtener dinero por ellos, de lo contrario, si nadie los reclama, los mata-; así como los amigos en el colegio, se burlan de ella y por lo tanto, se vuelcan en su contra. Yvon, teme regresar al hospital, por lo que debe dejarlo ir cuando su padre decide arreglar el trastero para convertírlo en una real casa de juegos, como ella había deseado siempre, excepto en ese momento. Siente que ha perdido todo. No tiene motivaciones ni expectativas. Sólo sus dolores, vacíos y negaciones de la vida.

       En este invernadero, en el que se convierte su vida, Elisabeth toma una decisión. Una forma de escapar, por fin, de un mundo que la convulsionaba y no le permitía enlazar nada consigo misma. Sin embargo, es Yvon, nuevamente, en ese punto, quien entrando de nuevo en escena, le permite a Elisabeth reinventarse aún incluso dentro de la demencia y alienación que lo acompaña. En definitiva, la película enfoca la profundidad, soporte y vitalidad que nos ofrecen los verdaderos lazos afectivos. Lo que uno es capaz de ver de sí mismo a través de éstos, lo que conforma al otro, y lo que se puede hacer con todo ello, en conjunto, es lo mejor que nos deja la proyección, sólida y fuerte en sus aproximaciones vinculativas.

      

Aquí la historia adquiere un matiz diferente, pues entran en juego un montón de emocionalidades de la protagonista, desde una ternura desmesurada hacia Yvon, un fuerte apego porque lo siente vulnerable e indefenso, hasta la indiscreta acción de intentar salvarlo de él mismo, de sus tormentos, tendencias, dolores; en fin de su insano estado mental. Se crea entre ellos un vínculo natural, protectivo, soportivo, confidente; un reservorio de generosidades mutuas dentro de las posibilidades de cada uno, mientras se involucran en una interdependencia para continuar viviendo, día tras día. Son el sueño del otro, en su mejor versión de liberarse del mundo.